
No recuerdo aquel instante donde, luego de la risa, todo se adentro en una catarsis de pasión. Tus labios intentaban explicarle a los míos lo innecesario de las palabras y cuánto mal hacían ellas. Convencerlos, que muchas veces no son más que impulsos eléctricos, destinados a crear grietas en el alma ya resquebrajada. Pero mi obstinación era demasiado erguida como para que una dulce explicación la callase. Intenté continuar con mi discurso, pero tus almendrados ojos verdes volvieron a callarme.
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