
6/16/10
Operación Hastío [completo]
Había días en que la impaciencia se volvía infinita, tortuosa y hasta amenazante. Pero él seguía allí, ansiando alguna vez sentir una gratificación que colmase su vida nuevamente de esperanza. Ambos sabíamos que eso jamás iba a suceder. Nos trataban como si fuésemos basura durante toda la mañana, hasta que llegaba la hora del almuerzo donde nuestra mente se anidaba en un sideral de quietud.
Mientras el chico del delivery repartía las cajas de comida freezada y recalentada a los súbditos del sector de ventas en el comedor principal, Rafa y yo nos escondíamos en el cuarto donde guardaban las computadoras rotas a escuchar música. A veces lo hacíamos desde mi celular y otras de su MP3, aunque casi siempre la música que él llevaba era mejor que la mía.
Rafa no tenía celular, los odiaba. No era un odio irracional a la tecnología ni un conservador inadaptado, simplemente sostenía que nunca había tenido alguien importante con quien comunicarse y aunque lo tuviese, prefería hacerlo con señales de humo antes que vía celular.
A decir verdad, era bastante irracional. Siempre tan contradictorio y cambiante. Estar con él, a veces era insoportable. Los casi infinitos silencios eran interrumpidos por un disparate, uno nuevo y ridículo cada día. Ya estaba resignada, era imposible separarme de él. Lo único que podía hacer era acompañarlo en su locura hasta que la muerte nos separe.
El tiempo se agotó, habíamos pasado otro medio día encerrados haciendo lo habitual. Nos quejábamos de la rutina pero no hacíamos nada para salir de ella. En aquel cuarto alimentábamos nuestro odio y resignación cada día. Ese era nuestro mejor almuerzo, el más delicioso, provechoso y verdadero almuerzo que podíamos tener, aunque tenía peor gusto que los freezados del delivery.
- Mirala a Bety, hoy se vino producida. Ayer debe haber cogido.
- O se hizo otro enema.
- Si por lo menos tuviese algo interesante para contar…
La cara de Rafa se transformaba cuando volvía a su puesto, tanto que hasta lo confundían con un ser humano más. Era aplicado y bueno en lo que hacía, pero detestaba serlo. Estaba allí por una razón que no podía obviar, lo perseguía hasta que, en la hora del almuerzo nos dejábamos extasiar por las melodías y las extrañas charlas que compartíamos.
Fue un jueves de recuento de haberes cuando, luego de muchos almuerzos debatiendo, planeando y encegueciéndonos decidimos llevar a cabo lo que Rafa, con un tinte simpático e irónico llamaba “Operación hastío”.
Aquella mañana su mirada estaba perdida más que de costumbre, podía notarlo entre los siete cubículos que nos distanciaban. Por mi parte, estaba ansiosa, no podía dejar de golpear la punta de mis zapatos con el borde del escritorio y mis dedos contra el talonario de facturas; parecía la percusión de una banda de Reggae. Interrumpiendo, una mano se abalanzó sobre mi hombro y giró la silla bruscamente quebrantando mi concentración absoluta.
- Contá conmigo, aclamó la voz de Jude, sola no vas a poder.
- No estoy sola… Creo que lo sabés
Jude parecía más extrañada que yo, y aunque mi respuesta había sido cortante y segura, estaba más confundida que ella. ¿Cómo se enteró? ¿Rafa rompió nuestro código de silencio? En ese momento lo odié, lo aborrecí, desee nunca haberlo conocido ni haber entrado a trabajar allí jamás. Maldije el día que por primera vez acepté almorzar con él, sus largos y absurdos silencios, sus miradas y sus risas, sus odios y sus amores. Maldije todo. Ya no sabía quién era y con quién había pasado los últimos años de mi vida. Quería asesinar a cada panda hembra en la faz de la tierra para evitar que permanezca la especie. Deseaba derramar petróleo sobre cada pingüino de la Antártida y ahogarme en él.
Lo más próximo, era desquitar la ira que me invadía con Jude, esa desquiciada enferma y sumisa Jude, que sólo levantaba la mirada para pedir permiso o decir por favor. Ahora se veía acorralada entre el escritorio y el durlock. Mis manos rodeaban su cuello mientras una voz disfónica y desesperada salió de mis estomago amenazando:
- No sólo no voy a contar con vos, sino que si llegás a decir una sola palabra, me voy a ocupar de que antes de matarte, veas todos los órganos afuera de tu cuerpo. ¿Me entendiste bien?
Siendo Jude, su reacción era predecible: Cabeza gacha asintiendo mis palabras. No podía esperar otra cosa. En cambio, su mirada, ésta vez penetrante, amenazaba con algo más que lo habitual.
El rostro transfigurado de Jude dejó a la impronta cuán importante era el plan para nosotros y cuáles serian las consecuencias si se involucraba en él. Quité las manos de su cuello e instantáneamente un dejo de tristeza fluyeron por sus ojos y, exclamando, imploró segura de sí misma:
- Nunca olvides que alguien te quiso ayudar. No siempre sucede…
- Nunca sucede.
Y se marchó dando esas zancadas que la caracterizaban, sosteniendo quién sabe cuántos papeles y cuadernos en sus manos. Allí se alejaba ella, mí última oportunidad de un ser incondicional, dejando un halo de fracaso sobre mi escritorio.
La hora nos mantenía alertas. Cada cuarto de hora nos mirábamos cómplices esperando un movimiento confirmatorio de cabeza. El gran día había llegado y no sabía en qué creer. Un sentimiento gélido se apoderaba de mi razón. Gire con mi cabeza en busca nuevamente de la mirada de Rafa cuando advertí que ya no estaba en su escritorio. Me levanté de mi silla desesperada y mientras las lágrimas negras del delineador fluían por mis mejillas, me acerqué disimulando al cubículo de Jude. Con la voz desgarrada atiné
- ¿Dónde está, dónde se fue?
- ¿De qué hablás? Preguntó más asombrada que la primera vez.
- ¿Dónde está Rafa? No te hagas la desentendida conmigo, amenacé.
Su respuesta no importaba. Ella no sabía de lo que estaba hablando. Nunca pudo comprender lo que realmente significaba esto para nosotros. Por ese motivo decidí dejarla hablando sola.
Saqué un pañuelo usado que tenía en el bolsillo de mi saco sport e intenté limpiar las lágrimas que ennegrecían mi rostro. Los nervios, una vez más, jugaron en mi contra. Mientras caminaba entre los cubículos buscando a Rafa e intentaba guardar el pañuelo nuevamente en el bolsillo, choqué contra mi supervisor que le enseñaba a la nueva súbdita a cambiar el tóner de la fotocopiadora. Su reacción fue drástica. Me observó lentamente el rostro, haciendo muecas entre desprecio y asco y exclamó “que volviese a mi puesto y que siga haciendo lo que debía hacer”
- Y lávate esa cara, querés, se oyó cuando me alejaba.
No podía regresar a ese poso infecto, debía hallar a Rafa urgente. Era cuestión de vida o muerte. Fingí tomar el camino para volver a mi puesto. Me sentía observada por ese pusilánime escueto que solo denigrar a las personas sabía. Cuando por reflejo noté que ya no era devota de su atención, cambié el recorrido hacia la habitación donde Rafa y yo almorzábamos cada mediodía. Debía estar allí. ¿En dónde más?
Giré la perilla de la cerradura nerviosa, tan fuerte que quedé sosteniéndola con mi mano. Vislumbré una sombra detrás de aquellas fotocopiadoras rotas y atiné a gritar su nombre. Nadie respondió. Entorné la puerta y caminé hacia donde estaban las máquinas, dejando el picaporte sobre una de ellas y dando pasos sigilosos para no llamar la atención, emprendí la búsqueda. Fue en ese instante donde la puerta golpeó bruscamente contra la pared. Del susto, volteé la cabeza y advertí al supervisor observándome. Cerró la puerta sin darse cuenta, al parecer, que nos quedaríamos encerrados. Caminó hacia mí lentamente manteniendo esa mirada enferma que lo distinguía. Un empujón bastó para que me cayese contra las máquinas, golpeándome la cabeza y dejándome en un estado casi onírico de confusión y miedo.
Sentí un extraño calor emergiendo desde mis oídos y un goteo incesante sobre los hombros. No paraba de temblar. Con la mano que todavía tenía movilidad, toqué mis oídos y pude ver que un líquido verde, casi viscoso, fluía de ellos. Él me miraba desesperado, pero no hacía nada para intentar socorrerme. Sólo observaba aquella tétrica situación, que ni él ni yo comprendíamos, pero ambos disfrutábamos.
Describir las cosas que me rodeaban era prácticamente imposible, una nebulosa de dudas me asechaba y no podía apaciguarla. Como un incendio estepario que se apodera de millares de hectáreas, las preguntas acudían a mí, hirientes, cortantes, devastadoras. Me resigné. Arranqué de un tirón débil pero certero los auriculares de mi reproductor de MP3, limpié inútilmente el liquido viscoso que para ese entonces ya cubría gran parte del cuarto y tapaba los tobillos del supervisor y decidí concluir con mi vida.
Con los dientes pelé la punta de aquel cable conector, dejando los hilos de cobre bien enrollados. Coloqué los auriculares en mis oídos mientras él atinaba a desmayarse y, por momentos, a vomitar; tendía sus manos sobre las maquinas apiladas para no caerse y ahogarse. Arrastrándome, aunque casi nadando, y con mis últimas fuerzas, conecté las hebras de cobre al toma corriente que alimentaba alguna de las maquinas ya sin uso. Fue entonces cuando recordé de forma nostálgica el primer encuentro con Rafa, nuestro primer almuerzo juntos, la música, las charlas, los viajes en colectivo, los odios y aunque menos, los amores. Todo sentimiento neurálgico se derritió.
Rafa, aquel hombre que nadie recordaría más que yo, hoy moría conmigo y en los pies de quien tanto detestó.

Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Queseyo
Quiero huir, solo. Como si escapando del lugar fisico donde me encuentro solucionara los problemas que me aquejan. Quiero huir, triste. En ...
-
No fue mi intención lastimarte Fue una reaccion de mi cuerpo Yo solo buscaba encontrarle sentido a mi soledad No quieres ...
-
Quiero huir, solo. Como si escapando del lugar fisico donde me encuentro solucionara los problemas que me aquejan. Quiero huir, triste. En ...
impresionante
ResponderEliminarwow! genial
ResponderEliminarmuy bueno!
ResponderEliminar