3/11/10

No pain ↕


foto:jennitapanilla



El sufrimiento separa de la exterioridad, nos arranca del núcleo de la vida, del centro de atracción del mundo, en el que todas las cosas tienden a unidad. Cuando sufrimos, el afuera - objetos y hechos - pierden totalmente importancia y significación, sustituido por el dolor, que se erige en certidumbre única y se desarrolla en toda su extensión e intensidad por las múltiples dimensiones de la vida. Bloqueando las fuentes que 'oxigenan' la confianza y la esperanza, vaciando de contenido el futuro, dándole a su inminencia la deformidad de una sombra inasible.
El sufrimiento nos arrebata lo circundante pero nos restituye a nosotros mismos. Sufrir es ser totalmente uno, es entrar en un estado de desencuentro con la realidad; el sufrimiento es engendrador de intervalos y, cuando nos atormenta, dejamos de identificarnos con cosa alguna, ni siquiera con él. Conforme, nos retira de todo, luego, coincidimos mas con nosotros mismos, tenemos la conciencia de la propia limitación, advertimos, hasta donde somos y que no somos demás. Pues el sufrimiento es un desgarro, y todo desgarro nos lleva a los límites del yo, a nuestro termino.
Todo sufrimiento verdadero es un abismo, que se abre ante nosotros para el conocimiento interior, y, simultáneamente - sobre la base de la comunidad condición -, para la comprensión de los que nos rodean, de las fronteras de la vida, del estar histórico. Por medio de él, nos percatamos de un trasfondo ontológico que nos modifica, además, la visión existencial fatalista y victimista, nos aparte y nos libera de las restricciones decisorias a las cuales nos somete la contingencia. Conocernos por esta vía es abandonar la superficie de las apariencias que nos contienen y ocupan, e identificar el móvil sórdido de nuestros gestos, lo inconfesable inscrito en nuestra sustancia, la suma de miserias patentes o clandestinas de las que depende nuestra eficacia, todo lo que emana de las regiones inferiores de nuestra naturaleza como fenomenalización de la fuerza viva del universo. En el despliegue vibrante de los impredecibles ritmos de esta fuerza en nosotros se define con exactitud el YO. Cuando está a punto de explotar, el YO se manifiesta con más vigor; en los momentos de tensión extrema, se muestra más seguro que nunca.
Por muy alto que ascendamos moramente, por mucho que nos aleje el espíritu de nuestros comienzos, permanecemos prisioneros de lo indefinible de nuestra identidad. Y solo la tristeza nos abre, inesperadamente, en el umbral de lo metafísico, una puerta hacia él.

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