
Vivo para explicar lo que siento y tratar de comprenderlo. Una y otra vez, la misma pregunta, incesante, atormenta mi ya atormentado pensamiento: ¿Qué siento? ¿Por qué éste sentimiento se apodera de mi razón? ¿Cómo explicarlo? Y en esta última, radica el cebo de mi vida. En ella se alojan las horas mas entretenidas y hostigadoras, las que lentamente carcomen mi calidad humana y desgastan mi razón de ser y, sin embargo, me obligan a seguir.
Observo su cabello y suavemente juego con el, mientras su voz, tan cálida y fuera de tiempo, recita dulcemente el transcurso del día. Intento oírla y me detengo en cada palabra, en cada suspiro, pero sin quererlo, me pierdo, una vez más, en su mirada, y de una manera casi imperceptible rozo mi fría nariz con su tibio cuello, desplazándola hasta el punto más cercano de su boca, sigiloso.
Cuando la mirada de ambos no sobrepasa nuestros ojos, las palabras, las razones, los porqués, quedan en las profundidades del olvido y ya nada importa, solo sus labios y los míos, jugando a entenderse; creando nuevos idiomas, nuevas costumbres, nuevas creencias.
Observo su cabello y suavemente juego con el, mientras su voz, tan cálida y fuera de tiempo, recita dulcemente el transcurso del día. Intento oírla y me detengo en cada palabra, en cada suspiro, pero sin quererlo, me pierdo, una vez más, en su mirada, y de una manera casi imperceptible rozo mi fría nariz con su tibio cuello, desplazándola hasta el punto más cercano de su boca, sigiloso.
Cuando la mirada de ambos no sobrepasa nuestros ojos, las palabras, las razones, los porqués, quedan en las profundidades del olvido y ya nada importa, solo sus labios y los míos, jugando a entenderse; creando nuevos idiomas, nuevas costumbres, nuevas creencias.
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